martes, 27 de junio de 2017

Una súplica a favor de la intolerancia

Venerable Fulton J. Sheen


América, se dice, está sufriendo de intolerancia. No lo está. Está sufriendo de tolerancia: la tolerancia del bien y del mal, la verdad y el error, la virtud y el mal, Cristo y el caos. Nuestro país no está tan invadido por el intolerante de lo que está invadido por el de mente abierta. El hombre que puede usar su mente de una manera ordenada, como un hombre podría hacer su cama, se llama un fanático; pero un hombre que no puede tomar una decisión, como tampoco puede compensar el tiempo perdido, se llama tolerante y de mente abierta. Un hombre intolerante es aquel que se niega a aceptar una razón para cualquier cosa; un hombre de mente amplia es aquel que aceptará cualquier cosa por una razón, siempre que no sea una buena razón. Es cierto que existe una exigencia de precisión, exactitud y definición, pero es sólo para la precisión en la medición científica, no en la lógica. La ruptura que ha producido esta antinatural apertura es mental, no moral. La evidencia de esta afirmación es triple: la tendencia a resolver cuestiones no por argumentos sino por palabras, la disposición incondicional a aceptar la autoridad de cualquiera al hablar de religión y, por último, el amor a la novedad.



Voltaire se jactaba de que si pudiera encontrar diez palabras malvadas al día podría aplastar la "infamia" del cristianismo. Encontró las diez palabras diarias, e incluso una docena diaria, pero nunca encontró un argumento, y así las palabras siguieron el camino de todas las palabras y la cosa, el cristianismo, sobrevivió. Hoy, nadie lanza ni siquiera un pobre argumento para probar que no hay Dios, pero son legiones quienes piensan que han sellado los cielos cuando usaron la palabra "antropomorfismo". Esta palabra es sólo una muestra del catálogo de nombres que sirven como excusa para aquellos que son demasiado perezosos para pensar. Un momento de reflexión les diría que no pueden librarse de Dios llamándolo "antropomórfico" más de lo que pueden deshacerse de un dolor de garganta llamándolo "estreptococos." En cuanto al uso del término "antropomorfismo", no puedo ver que su uso en la teología sea menos justificado que el uso en la física del término "organismo", que los nuevos físicos son tan aficionados a emplear. Ciertas palabras como "reaccionario" o "medieval" se le etiquetan a la Iglesia Católica y se usan con esa misma falta de respeto con la que un hombre puede burlarse de la edad de una mujer. Las madres no cesan de ser madres porque sus hijos crecen, y la Iglesia Madre del mundo cristiano, que no empezó en Boston sino en Jerusalén, no debe ser desposeída de su glorioso título simplemente porque sus hijos se van de casa. Algún día pueden estar contentos de regresar y será el más legítimo "regreso a casa" que el mundo ha visto.



No sólo la sustitución del argumento con palabras traiciona la existencia de esta falsa tolerancia, sino también la disposición de muchas mentes a aceptar como autoridad en cualquier campo a un individuo que se convierte en una autoridad famosa en un campo particular. La suposición detrás de la religión periodística es que, como un hombre es hábil para inventar automóviles, es inteligente para tratar la relación entre el budismo y el cristianismo; que un profesor que es una autoridad en la interpretación matemática de los fenómenos atómicos es por lo tanto una autoridad en la interpretación del matrimonio; y que un hombre que sabe algo acerca de la iluminación puede arrojar luz sobre el tema de la inmortalidad, o tal vez incluso apagar las luces de la inmortalidad. Hay un límite a la transferencia de entrenamiento, y nadie que pinta cuadros hermosos con su mano derecha puede, en un día y ante la sugerencia de un reportero, pintar uno igualmente bueno con su mano izquierda. La ciencia de la religión tiene el derecho de ser escuchada científicamente a través de sus voceros calificados, así como la ciencia de la física o la astronomía tiene derecho a ser escuchada a través de sus voceros calificados. La religión es una ciencia a pesar del hecho de que algunos la hagan sólo un sentimiento.



La religión no es una cuestión abierta, como las Naciones Unidas, sino que es una cuestión cerrada, como la ciencia, como la tabla de multiplicar. La religión tiene sus principios, naturales y revelados, que son más exigentes en su lógica que las matemáticas. Pero la falsa noción de tolerancia ha oscurecido este hecho de los ojos de muchos que son tan intolerantes con los detalles más pequeños de la vida como son tolerantes en sus relaciones con Dios. En los asuntos ordinarios de la vida, estas mismas personas nunca convocarían a un practicante de la Ciencia Cristiana para arreglar un cristal roto; nunca llamarían a un óptico por haber roto el ojo de una aguja; nunca llamarían a un florista porque dañaron la palma de la mano, ni irían a un carpintero para cuidar sus uñas (Nota de traducción: nails en inglés son uñas y también clavos. Otros ejemplos sin paralelo al español fueron omitidos). Nunca llamarían a un Colector de Ingresos Internos para extraer la moneda tragada por el bebé. Y sin embargo, para el importante tema de la religión, sobre el que se basan nuestros destinos eternos, sobre la importante cuestión de las relaciones del hombre con su entorno y con su Dios, están dispuestos a escuchar a cualquiera que se llame a sí mismo profeta. Y así nuestros diarios están llenos de artículos para estas personas "de mente abierta", en las cuales todo el mundo, desde Jack Dempsey [un boxeador famoso en su momento] hasta el jefe de cocina del Ritz Carlton habla sobre su idea de Dios y su visión de la religión. Estos mismos individuos, que se exasperarían de ver a su hijo con una paleta mal pintada, no se preocuparían en lo más mínimo de que creciera sin haber oído nunca el nombre de Dios.



¿No estaría en perfecta armonía con la aptitud de las cosas insistir en ciertos requisitos mínimos para los pronunciamientos teológicos? Si insistimos en que el que repara nuestro drenaje sepa algo de plomería y que quien nos da píldoras sepa algo de medicina, ¿no se debe esperar y exigir que quien nos habla de Dios, de la religión, de Cristo y de la inmortalidad por lo menos haga sus oraciones diarias? Si un violinista no desprecia practicar sus escalas musicales, ¿por qué el teólogo moderno despreciaría practicar elementos de su religión?



Otra evidencia de la ruptura de la razón que ha producido este extraño hongo de la amplitud mental es la pasión por la novedad, en oposición al amor a la verdad. La verdad es sacrificada por un epigrama, y ??la Divinidad de Cristo por un titular en el periódico del lunes por la mañana. Muchos predicadores modernos están mucho más interesados en su popularidad en la congregación que en predicar a Cristo y a Éste crucificado. Una falta de espina dorsal intelectual le hace cabalgar el buey de la verdad y el burro de las tonterías, haciendo cumplidos a los católicos por su "gran organización" y a los sexólogos por su "desafío honesto a los jóvenes de hoy". Doblar la rodilla a la multitud y agradar a los hombres en lugar de a Dios probablemente les haría negarse a ser un Juan el Bautista ante un Herodes moderno. Ningún dedo acusador sería levantado contra el divorcio o el adulterio; ninguna voz tronaría en los oídos de los ricos, diciendo con algo de la intolerancia de la Divinidad: "No es lícito que vivas con la mujer de tu hermano". Más bien oímos: "Amigo, ¡los tiempos están cambiando! Los ácidos de la modernidad están consumiendo los fósiles de la ortodoxia. Si tienes un noble deseo sexual de autoexpresión y encuentras tu estímulo y respuesta en nadie más que en Herodías, entonces en el nombre de Freud y Russell acéptala como tu esposa legítima para tener y mantener hasta el sexo se acabe."



La creencia en la existencia de Dios, en la Divinidad de Cristo, y en la ley moral son consideradas modas pasajeras. La verdad para esta nueva tolerancia es aquello que sea más nuevo, como si la verdad fuera una moda, como el sombrero, en vez de una institución, como una cabeza. En el momento actual, en la psicología la moda va hacia el Conductismo, así como en la filosofía se dirige hacia el Temporalismo. Y el que no es la validez objetiva la que dicta el éxito de una teoría filosófica moderna, lo confirma la afirmación de un célebre filósofo del espacio-tiempo de Inglaterra hecha al escritor hace unos años, cuando le preguntaron de dónde sacó su sistema. "De mi imaginación" respondió. Al ser confrontado en que la imaginación no era la facultad apropiada a usar para un filósofo, replicó: "Lo es, si el éxito de tu sistema filosófico no depende de la verdad en ella, sino de su novedad".



En esa afirmación está el argumento final de la amplitud mental moderna: la verdad es novedad, y por lo tanto la "verdad" cambia con las fantasías pasajeras del momento. Como el camaleón que cambia sus colores para adaptarse a la vestidura en la que se coloca, así se supone que la verdad cambia para adaptarse a las debilidades y oblicuidades de la época, como si los fundamentos del pensamiento pudieran ser verdaderos para los preadamitas y falsos para los adamitas. La verdad crece, pero crece homogéneamente, como una bellota en un roble; no se balancea en la brisa, como una veleta. El leopardo no cambia sus manchas ni el etíope su piel, aunque el leopardo se ponga tras barrotes o el etíope unas medias rosas. La naturaleza de ciertas cosas es fija, y sobre todo la naturaleza de la verdad. La verdad tal vez sea contradicha mil veces, pero eso sólo demuestra que es lo suficientemente fuerte para sobrevivir a mil asaltos. Pero para cualquiera que diga: "Algunos dicen esto, algunos dicen aquello, por lo tanto, no hay verdad", es tan lógico como lo habría sido para Colón, después de oír "La Tierra es redonda", y a otros decir, "La Tierra es plana", el llegar a conluir: "Por lo tanto, la Tierra no existe."



Es este tipo de pensamiento que no puede distinguir entre una oveja y su segunda capa de lana, entre Napoleón y su sombrero de tres esquinas, entre la sustancia y el accidente, el tipo de pensamiento que ha engendrado mentes tan aplanadas de amplitud que han perdido toda su profundidad. Como si un carpintero arrojara su regla y utilizara cada viga como una varilla de medir, así también los que han desechado el estándar de la verdad objetiva no tienen otra cosa con la cual medir que la forma mental del momento. El nerviosismo risueño de la novedad, la inquietud sentimental de una mente desquiciada y el temor antinatural a una buena dosis de pensamiento duro, todos se unen para producir un grupo de inmaduros tolerantes que piensan que no hay diferencia entre Dios como Causa y Dios como una "Proyección mental"; que equiparan a Cristo y Buda, San Pablo y John Dewey, para luego ampliar su apertura mental en una síntesis de barrido que dice no sólo que una secta cristiana es tan buena como otra, pero incluso que una religión del mundo es tan buena como otra. El gran dios "Progreso" es entonces entronizado en los altares de la moda, y cuando se pregunta a los adoradores "¿Progreso hacia dónde?", la respuesta tolerante es, "Más progreso." Todos los hombres cuerdos se preguntan cómo puede haber progreso sin dirección y cómo puede haber dirección sin un punto fijo. Y porque hablan de un "punto fijo", se dice que están atrasados de época, cuando realmente están más allá del tiempo, mental y espiritualmente.



Frente a esta falsa mentalidad, lo que el mundo necesita es intolerancia. Hay una masa de la gente que dura y rápidamente distingue entre dólares y centavos, buques de guerra y cruceros, "me debes" y "te debo", pero que parece haber perdido por completo la facultad de distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto. La mejor indicación de esto es el mal uso frecuente de los términos "tolerancia" e "intolerancia". Hay algunas mentes que creen que la intolerancia siempre es incorrecta, porque hacen que la "intolerancia" signifique odio, estrechez mental y fanatismo. Estas mismas mentes creen que la tolerancia es siempre correcta porque, para ellos, significa caridad, amplitud de mente, buena naturaleza.



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¿Qué es la tolerancia? La tolerancia es una actitud de paciencia razonada hacia el mal, y aguantar el mostrar cólera o infligir castigo. Pero lo que es más importante que la definición es el campo de su aplicación. Lo importante aquí es esto: la tolerancia se aplica sólo a las personas, pero nunca a la verdad. La intolerancia se aplica sólo a la verdad, pero nunca a las personas. La tolerancia se aplica al errante; la intolerancia al error. Lo que acabamos de decir aquí aclarará lo que se dijo al principio de este capítulo: que América no sufre tanto de la intolerancia, que es el fanatismo, sino de la tolerancia, que es la indiferencia a la verdad y al error, y una indiferencia filosófica que ha sido interpretada como amplitud mental. Una mayor tolerancia, por supuesto, es deseable, porque nunca se puede mostrar demasiada caridad a las personas que difieren con nosotros. Nuestro Señor Bendito mismo pidió que "amáramos a los que nos calumnian", porque siempre son personas, pero nunca nos dijo que amáramos la calumnia. De acuerdo con el Espíritu de Cristo, la Iglesia alienta la oración por todos aquellos que están fuera de la Iglesia, y pide que se les muestre la mayor caridad. Como solía decir San Francisco de Sales: «Es más fácil coger moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre».



Si algunos de nosotros, que somos bendecidos con los privilegios sagrados de la Iglesia, creyéramos las mismas cosas acerca de Ella que sus calumniadores, si la conociéramos sólo a través de las palabras de los traidores o mentiras baratas de historiadores deshonestos, si la comprendiéramos sólo a través de los que nunca fueron acunados en sus asociaciones, tal vez odiaríamos a la Iglesia tanto como ellos. Los más amargos enemigos de la Iglesia, los que la acusan de ser antipatriótica, como Cristo lo fue ante Pilato; de ser mundana, como Cristo lo fue ante Herodes; de ser demasiado dogmática, como Cristo lo fue ante Caifás; o de ser antidogmática, como Cristo lo fue ante Anás; de ser poseída por el diablo, como Cristo lo fue delante de los fariseos - éstos realmente no odian a la Iglesia. No pueden odiar a la Iglesia más de lo que pueden odiar a Cristo; sólo odian lo que erróneamente creen que es la Iglesia Católica, y su odio no es sino su vano intento de ignorarlo. La caridad, entonces, debe mostrarse a las personas, y particularmente a aquellos fuera del redil que por la caridad deben ser llevados de regreso, para que pueda haber un rebaño y un Pastor.



Hasta ahí debe llegar la tolerancia, pero no más lejos. La tolerancia no se aplica a la verdad o a los principios. En estas cosas debemos ser intolerantes, y hago una súplica por esta clase de intolerancia, tan necesaria para sacarnos de un chorro sentimental. La intolerancia de este tipo es el fundamento de toda estabilidad. El gobierno debe ser intolerante con la propaganda maliciosa, y durante la guerra mundial hizo un índice de libros prohibidos para defender la estabilidad nacional, así como la Iglesia, que está en guerra constante con el error, hizo su índice de libros prohibidos para defender la permanencia de la vida de Cristo en las almas de los hombres. El gobierno durante la guerra era intolerante con respecto a los herejes nacionales que se negaron a aceptar sus principios sobre la necesidad de instituciones democráticas y tomaron medios físicos para hacer cumplir tales principios. Los soldados que iban a la guerra eran intolerantes acerca de los principios por los que luchaban, de la misma manera que un jardinero debe ser intolerante con las malas hierbas que crecen en su jardín. La Corte Suprema de los Estados Unidos es intolerante ante cualquier interpretación privada del primer principio de la Constitución según el cual todo hombre tiene derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, y el ciudadano particular que interpretara la "libertad", incluso en un sentido tan pequeño como el privilegio de pasarse un semáforo en rojo, se encontraría muy pronto en un celda donde no habría luces, ni siquiera el amarillo - el color de las almas tímidas que no saben si parar o avanzar. Los arquitectos son tan intolerantes con la arena como los cimientos de los rascacielos, como los doctores son intolerantes con los gérmenes en sus laboratorios, y como todos somos intolerantes de un comerciante particularmente tolerante y bondadoso que, al hacer nuestras facturas, suma siete y diez para hacer veinte.



Ahora bien, si es correcto -y es correcto- que los gobiernos sean intolerantes con los principios del gobierno y el constructor de puentes sea intolerante con las leyes del estrés y la tensión y el físico sea intolerante con los principios de la gravitación, ¿Por qué no debe ser el derecho de Cristo, el derecho de su Iglesia y el derecho de hombres pensantes el ser intolerantes con las verdades de Cristo, las doctrinas de la Iglesia y los principios de la razón? ¿Pueden las verdades de Dios ser menos exigentes que las verdades de las matemáticas? ¿Pueden las leyes de la mente ser menos vinculantes que las leyes de la ciencia, que sólo se conocen por medio de las leyes de la mente? ¿Será el hombre llamado sabio, cuando dotado de verdad natural, se niega a mirar con un ojo igualmente tolerante al matemático que dice dos y dos hacen cinco y al que dice dos y dos hacen cuatro, cuando a Dios, que se niega a mirar con un ojo igualmente tolerante todas las religiones, se le niega el nombre de "Sabiduría" y se le llama Dios "intolerante"?



¿Podemos decir que los rayos reflejados del sol son cálidos pero que el sol no está caliente? Esto es equivalente a cuando admitimos la intolerancia de los principios de la ciencia y la negamos al Padre de la ciencia, que es Dios. Y si un gobierno, con los principios inflexibles de su constitución, puede empoderar a los hombres para hacer cumplir esa constitución, ¿por qué Cristo no puede elegir y delegar a los hombres con el poder de hacer cumplir su voluntad y extender sus bendiciones? Y si admitimos la intolerancia sobre los fundamentos de un gobierno que, en el mejor de los casos, cuida del cuerpo del hombre, ¿por qué no admitir la intolerancia sobre los cimientos de un gobierno que cuida del destino eterno del espíritu del hombre? Porque a diferencia de los gobiernos humanos, "no hay otro fundamento sobre el cual los hombres puedan construir que sobre el nombre de Jesús". ¿Por qué, entonces, se burlan de los dogmas como intolerantes? Por todos lados escuchamos decir hoy: "El mundo moderno quiere una religión sin dogmas", lo cual traiciona lo poco que piensa de esa etiqueta, pues quien dice que quiere una religión sin dogmas, está declarando un dogma y un dogma que es más difícil de justificar que muchos dogmas de fe. Un dogma es un pensamiento verdadero, y una religión sin dogmas es una religión sin pensamiento, o una espalda sin columna vertebral. Todas las ciencias tienen dogmas. "Washington es la capital de los Estados Unidos" es un dogma de la geografía. "El agua está compuesta de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno" es un dogma de la química. ¿Debemos ser amplios de mente y decir que Washington es un mar en Suiza? ¿Deberíamos ser amplios de mente y decir que H2O es un símbolo para el ácido sulfúrico?



No podemos verificar todos los dogmas de la ciencia, la historia y la literatura, y por lo tanto debemos aceptar muchos de ellos por el testimonio de otros. Creo, por ejemplo, al profesor Eddington cuando me dice que "la ley de gravitación de Einstein afirma que diez coeficientes principales de curvatura son cero en el espacio vacío", así como tampoco creo al doctor Harry Elmer Barnes cuando me dice que "la cucaracha ha vivido sustancialmente sin cambios en la tierra durante cincuenta millones de años". Acepto el testimonio del Dr. Eddington porque, por su aprendizaje y sus obras publicadas, ha demostrado que sabe algo sobre Einstein. No acepto el testimonio del Dr. Barnes sobre las cucarachas porque nunca ha calificado a los ojos del mundo moderno como un especialista en cucarachas. En otras palabras, filtro el testimonio y lo acepto por la razón.



Así también, mi razón examina la evidencia histórica para Cristo; pesa el testimonio aducido por aquellos que lo conocieron, y el testimonio dado por Él mismo. No deja ser influenciada por aquellos que comienzan con una teoría preconcebida, rechazando todas las pruebas contra su teoría y aceptando el residuo como si fuesen los Evangelios. En la búsqueda, se encuentra con obras como las de Renan y Strauss, que son críticas, pero también se encuentra con obras como las de Fillion y Grandmaison: conoce el nombre de Loisy, pero también conoce a Lagrange; conoce la teoría de Inge, pero también conoce a D'Herbigny. Y esta razón finalmente me lleva a aceptar el testimonio de Jesucristo como el testimonio de Dios. Entonces acepto estas verdades - verdades que no puedo probar, como lo fue la declaración del profesor Eddington sobre Einstein - y estas verdades se convierten en dogmas.



Así pueden ser dogmas de la religión, así como dogmas de la ciencia, y ambos pueden ser revelados, uno por Dios y el otro por el hombre. No sólo eso - estos dogmas fundamentales, como los primeros principios [elementos] de Euclides, pueden ser utilizados como materia prima para pensar, y así como un hecho científico puede ser utilizado como la base de otro, así mismo un dogma puede ser utilizado como base para otro. Pero para comenzar a pensar en un primer dogma, uno debe identificarse con él en el tiempo o en principio. La Iglesia fue identificada con Cristo en tiempo y principio; empezó a pensar en Sus primeros principios y cuanto más intensamente pensaba, más dogmas desarrollaba. Siendo orgánica como la vida, no institucional como un club, nunca olvidó esos dogmas; ella los recordaba y su memoria es tradición. Igual que un científico debe depender del recuerdo de los primeros principios de su ciencia, que utiliza como base para otras conclusiones, así también la Iglesia vuelve a su memoria intelectual, que es la tradición, y utiliza antiguos dogmas como fundamento de otros nuevos. En todo este proceso ella nunca olvida sus primeros principios. Si lo hiciera, sería como los dogmáticos no dogmáticos de la actualidad, que creen que el progreso consiste en negar el hecho, en lugar de construir sobre él; que recurren a nuevos ideales porque nunca han intentado lo viejo; que condenan como "obscurantista" la verdad que tiene un parentesco, y glorifican como "progresista" a un shibboleth que no conoce ni a su padre ni a su madre. Ellos son de la escuela que negaría la naturaleza misma de las cosas: liberar el camello de su joroba y llamarlo un camello; acortar el cuello

de una jirafa y llamarla una jirafa; y nunca enmarcar una imagen, porque un marco es una limitación y por lo tanto un principio y un dogma.


Pero es todo menos progreso actuar como ratones y comer los cimientos del mismo techo sobre nuestras cabezas. La intolerancia ante los principios es el fundamento del crecimiento, y el matemático que se burla de un cuadrado por tener siempre cuatro lados, y en nombre del progreso lo animara a desechar sólo uno de sus lados, pronto descubriría que habría perdido todos sus cuadrados. Así también con los dogmas de la Iglesia, de la ciencia y de la razón; Son como ladrillos, cosas sólidas con las que un hombre puede construir, no como la paja, que es "experiencia religiosa", sólo para quemar.



Un dogma, pues, es la consecuencia necesaria de la intolerancia de los primeros principios, y el que la ciencia o la Iglesia tengan la mayor cantidad de dogmas es porque la ciencia o la Iglesia han pensado más. La Iglesia Católica, la maestra de escuela durante veinte siglos, ha estado generando una tremenda cantidad de pensamiento sólido y duro y, por lo tanto, ha construido dogmas como un hombre podría construir una casa de ladrillos, pero con cimiento en una roca. Ella ha visto pasar ante sí los siglos con sus pasajeros entusiasmos y lealtades momentáneas, cometiendo los mismos errores, cultivando las mismas poses, cayendo en las mismas trampas mentales, de modo que se ha vuelto muy paciente y amable con los alumnos errantes, pero muy intolerante y severa con respecto a lo falso. Ella ha sido y siempre será intolerante en lo que se refiere a los derechos de Dios, porque la herejía, el error, la mentira, no afectan sus asuntos personales, sobre los cuales podría ceder, sino un Derecho Divino en el que no se puede ceder. Mansa es ella para el que yerra, pero violenta al error. La verdad es divina; el hereje es humano. Habiendo hecho éste reparación, ella admitirá al hereje de nuevo en el tesoro de su alma, pero nunca a la herejía en el tesoro de su sabiduría. Lo correcto es correcto aún si nadie está en lo correcto, y lo incorrecto es incorrecto aunque todos estén equivocados. Y en este día y edad necesitamos, como nos dice el Sr. Chesterton, "no una Iglesia que es esté en lo correcto cuando el mundo lo esté, sino una Iglesia que esté en lo correcto cuando el mundo está equivocado."



La actitud de la Iglesia en relación con el mundo moderno sobre esta importante cuestión puede ser aterrizzada prácticamente en la historia de las dos mujeres en el tribunal de Salomón. Ambas reclamaban un hijo. La madre legítima insistía en tener todo el niño o nada, porque un niño es como la verdad; no puede dividirse sin ruina. La madre ilegal, por el contrario, accedió a negociar. Ella estaba dispuesta a dividir a niño, y el bebé habría muerto de mente abierta.