miércoles, 18 de marzo de 2015

Santa Ana y el novenario de Isabel

Mi reflexión empezaba a volverse demasiado larga para un estado de facebook.

Las enseñanzas secretas de Isabel

Isabel me caía muy mal cuando la conocí. Era una de esas personas que, aunque te estás esforzando en amarlas, y aunque no te han hecho nada, hay un no sé qué estorboso que hace que no las aguantes. Así conviví con ella unos meses. Las dos éramos ministros extraordinarios de la Comunión, las dos éramos salmistas, y las dos pertenecíamos al equipo de evangelización. Es decir, que la veía casi en cualquier momento durante mis apostolados parroquiales.

Un día, en un descanso durante una de nuestras labores compartidas, un retiro de evangelización, decidió abrirme su corazón y compartirme una lucha espiritual que tenía en ese momento de su vida. Su historia giraba en torno a una señora que ella no aguantaba, y que sin embargo tenía que soportar todos los días, y más aún, servirla. Fue la primera vez que mi corazón recientemente evangelizado entendió aquello de que cada persona tiene sus luchas y sus historias. A partir de ese momento empecé a esforzarme más por conocerla y comprenderla.

Tuve también oportunidad de salir un par de veces a cenar con ella y su esposo, y otro par de matrimonios, y el sacristán. Pasó el tiempo, y la gracia iba actuando poco a poco, y mi trato con ella se volvió más sincero y más genuinamente cristiano. Cuando por fin superé ese pequeño reto espiritual, quiso Dios que yo estuviera presente cuando ella compartió su testimonio en un reitro posterior: Dios le había dado la gracia de comprender, aceptar y amar a aquella persona que le estaba costando trabajo. Aquella misma que meses atrás tanto la estaba haciendo sufrir, se había convertido para ella en el camino por el cual estaba reencontrando a Dios.

Interesante coincidencia. Sin que ella lo supiera, aprendí mucho con nuestra convivencia, y me ayudó a poner en práctica el amor sobrenatural al que estamos llamados. Cuento esto a modo de homenaje. Isabel falleció, y hoy volví a Santa Ana para acompañar a su familia y rezar por su eterno descanso.

El Retorno de la Gina y el amor de Comunidad

Soy muy afortunada de pertenecer a una "Iglesia Madre" en toda su extensión. Me refiero específicamente a mi parroquia madre, Santa Ana.

1. Una vez más fui testigo de la tranquilidad de mis hermanos de comunidad cuando enviudan. Ni siquiera parecen necesitar palabra alguna de consuelo: al contrario, muchas veces el viudo es quien está sonriente y consolando a los demás. Hoy Ricardo no era la excepción. Si el sacerdote hablaba de esperanza, Ricardo tenía la mirada en alto, si el sacerdote hablaba de misericordia y amor de Dios, él asentía con confianza. Hasta se dio el tiempo de aconsejarme y regañarme al final de la Misa, como si nada, como de costumbre.

2. Pero quiero hablar de mi experiencia personal de esta tarde. En todo momento, desde que puse pie en el templo, recibí muestras de afecto y acogida. Sonrisas, abrazos, bienvenidas, agradecimientos. Abrazos, besos, y Nerea preguntándose por qué toda esa gente insistía en saludarla. Durante la Misa, hasta Nerea se portó distinto, copiaba los gestos, repetía las oraciones (con mucha imaginación se podría decir que eso hacía), cantaba, no se alejaba de la banca. En fin, sin que los demás dijeran palabra, se sentía ahí un apoyo invisible de comunidad que acoge y enseña. Sin mencionar la Providencia que fueron para mí las lecturas de hoy, lo reconfortante que es contemplar a Dios en el lugar donde lo conocí, reencontrándome con el lugar, sus objetos, los gestos, los cantos. Y al final de la Misa, nueva lluvia de apapachos y bendiciones.

Es una de esas veces que te preguntas ¿por qué tanto amor, Señor? Ir a Santa Ana me llena de fuerzas para seguir luchando por convertirme en ese mismo apoyo y consuelo para las personas en mi actual parroquia. Ojalá pueda reflejar tan solo un poco del amor que yo he recibido de esta comunidad.

Isabel y Ricardo, los primeros a la izquierda.