martes, 24 de febrero de 2015

La Vida y el Insomnio

Algo me dice que las últimas horas han sido muy importantes.

Ayer, en un momento apasionado y apresurado, decidí ir a hacer oración a una clínica de abortos en Coyoacán, como parte de la campaña mundial "40 días por la vida". Pregunté si les faltaba gente, y me dijeron que sí, a las 3pm. Ya era casi la hora. Fue así que dejé a mi bebé durmiendo la siesta en casa de mi abuela, y corrí a acompañar a otros bebés en sus últimos momentos.

Después de un largo trayecto, encontré la clínica, y a una chica de mi edad rezando sola. Llegué, saludándola con la familiaridad de quien comparte la misma causa, y la acompañé durante el resto del Rosario. Me dijo que si quería sacar mi guitarra y cantar un poco. Así lo hice. Llevábamos casi toda una Coronilla de la Misericordia con cantos intercalados, y ya habíamos visto a algunas parejas entrar y salir de la clínica, cuando se acercó un grupo de preparatorianos, enviados por un maestro, a ver qué hacíamos y por qué lo hacíamos.

Diana, mi compañera de oración, empezó a explicarles algunas cosas. Yo me quedé rezando un momento más, y después me acerqué al grupo. Muy espontáneamente, decidí compartir mi propia historia. Al principio todo bien, y al final también. Pero hubo algo en medio. De pronto se hizo un puente de unión entre aquél primer shock del embarazo -miedos, inseguridades, pleitos, depresión- y la familia que tengo ahora, ya habiendo ganado la batalla. Algo se me acomodó en el alma, y entendí muchas cosas de pronto, y me puse a llorar... como quien por primera vez se da cuenta de algo. Conmigo lloraron algunos de los presentes. Concluí invitándolos a ser valientes, a no sentirse solos y a no dejar a nadie solo en una situación así. Me despedí con una sonrisa y con la promesa de regresar pronto.

Regresé a casa con mucho cansancio físico, pero con el alma muy fuerte y muy dispuesta a servir y amar mejor. De pronto me había dado cuenta de la magnitud del regalo que tenía en casa. Para ese entonces, mi esposo e hija ya estaban esperándome. El resto de la tarde fue muy cotidiana, con sus alegrías y dificultades. Rezamos en la noche, como todas las noches, y nos fuimos a dormir.

Durante la noche tuve sueños tranquilos, pero todos giraban en torno a mi experiencia de la tarde delante de la clínica. Soñaba con las personas que había visto, soñaba que rezaba, que explicaba cosas, que viajaba hacia la clínica. Desperté, con todos los recuerdos muy a flor de piel, sintiéndome tranquila, pero al mismo tiempo sin poder dormir. De pronto sentía muchísimo calor.

Junto a mí, mi esposo comenzó a moverse violentamente en sueños. Lo abracé, se despertó y me abrazó con fuerza, diciéndome "te amo". No me dijo nada más. Pasó tal vez media hora de silencio, pero ninguno podía dormirse. Mi esposo, santo en potencia y lleno de buenas costumbres, se paró y fue por su rosario. Y ahí estábamos, rezando juntos un Rosario a las 4am. Él le pedía a Dios que nos ayudara a comprender el por qué de ese momento, yo lo ofrecía por todos los que se encontraban velando esta madrugada junto con nosotros -agonizantes, enfermos, parturientas, deprimidos, orantes, suicidas-.

Terminando el Rosario, mi esposo me dijo que él estaba soñando que predicaba sobre el significado de la Semana Santa, cuando de pronto el sueño daba paso a una presencia demoniaca... y ya no lo sentía tan "sueño", sino que se trataba de algo más bien real. Hacía mucho tiempo que ni a él ni a mí nos pasaba algo así. Me dijo que sintió que "eso" estaba muy enojado, y que la causa era que yo había estado rezando delante de la clínica -y en general que no nos estamos quietos-. Este tipo de sucesos son señales de que vamos por buen camino.

Nos quedamos platicando muy profundamente sobre nuestros miedos y batallas hasta que sonó el despertador. Él fue a prepararse para ir al trabajo, y yo me senté a escribir una entrada de blog a las 5:30 de la madrugada.

Insisto, algo me dice que las últimas horas han sido muy importantes.

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